Una noche en el Sahara

Esperas refugiado en un albergue a las puertas del Sahara a que pasase la tormenta de arena que te impide llegar hasta el campamento en el que pasarás la noche. Alrededor, una masa de aire naranja revolotea y salpica los cristales.


Por fin pasa la tormenta y te montas en tu camello, la inmensidad del Sahara se abre paso ante el horizonte. Cuando empiezas a adentrarte en el mar de arena naranja y ondulante de sus dunas, sientes casi que estás contemplando un paisaje extraterrestre. No se escucha nada, ya ni si quiera el viento. El silencio más absoluto es interrumpido solo por el sonido casi imperceptible que hace la arena al comprimirse bajo las patas de los camellos.

El calor te envuelve como en la más calurosa tarde de verano, a unos 52 grados centígrados, sin una sola sombra, sin un solo respiro. Ves a lo lejos otra caravana de camellos, solo distingues sus siluetas avanzando poco a poco entre gigantescas dunas que forma el desierto, algunas, de hasta más de 150 metro de altura. Solo puedes pensar en lo pequeños que somos en un mundo tan grande.

Cuando por fin llegas al campamento, descubres que con lo básico también se puede vivir. Un poco de agua corriente te parece un milagro en un lugar donde no hay ni una sola pizca de verde, solo arena hasta donde alcanza la vista.

Los anfitriones te preparan una cena exquisita, un riquísimo tajine de camello acompañado de verduras y té bereber. Solo piensas en beber para hidratarte, pues las temperaturas no bajan de los 48 grados y no hay ni una brisa fresca que te alivie.

Tras la cena, te dejas llevar por la música de la tribu, por sus sonidos, sus tambores y sus voces. Bailas bajo el cielo más estrellado que hayas imaginado jamás, sobre un mar de arena que danza a su vez bajo tus pies, que vive y que vibra. Te rodea la nada más absoluta pero no puedes evitar sentirte más vivo que nunca. Te acuestas sabiendo que el misterio y el misticismo que recubre la arena corre ahora por tus venas.

Al alba, te despiertas y vuelves a subirte al camello para contemplar una de las imágenes más maravillosas del mundo: el amanecer en el desierto. El sol parece casi un espejismo que tiñe de colores el cielo, que sube lentamente y que vuelve el paisaje más lunar de lo que ya era. El silencio, el sol, el mar de dunas, la arena bajo las patas del camello, tu respiración, las siluetas de los camellos. El desierto.

Todo ha pasado, no sabes si fue un sueño. Recuerdas cada detalle, cada imagen, cada sonido y cada silencio. Todo lo que sentiste, todo lo que viviste, todo lo que conociste y aprendiste. Vives sabiendo que más allá de la montaña de edificios en la que vives existe un mar naranja, un mar sólido compuesto de minúsculos trocitos de minerales y tierra que ya no vas a poder olvidar y que retumbará para siempre en tu cabeza, cubierto por un manto estrellado visible solo en la más profunda oscuridad del desierto. El Sahara te llama a lo lejos.

No te pierdas nuestro diario de viaje por Marruecos, puedes leerlo en nuestro blog, un saludo mochileros!!!

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